He dejado que beses mis
labios, sin que toques mi corazón, he dejado que mires mis ojos, sin perderme
en los tuyos, he dejado que acaricies mi piel sin erizarla, he respirado de tu
aliento, sin perder el mío, oculté mis sentidos para que no se muestren cuando
apareces, desvié mi mirada cuando se encontraba con la tuya, he ignorado mi
puño cuando ha querido escribirte, eres dura dijiste; mientras me temblaban las piernas. Has acompañado alguna de mis noches sin perturbarme tu presencia,
charlas prolongadas, desahogos del tedioso día, amigos de los buenos momentos,
risas de lo simple y sencillo, tomadas de mano a las que huíamos sutilmente, guerra de cosquillas a las que terminabas huyendo,
abrazos imaginarios que se concedían en nuestras mentes, una cuenta
perdida de besos para volver a empezar, una excusa siempre vigente para vernos, empiezo a olvidar mis reglas, o quizá el juego se volvió
real, no quiero enamorarme; nos dijimos, mientras jugábamos a no sentir,
mientras el tiempo se detenía en cada beso, y mi respiración se aceleraba con cada caricia,
mientras tomabas mis manos y dejaba de escapar, mientras tocabas mi rostro con
una eterna y efímera caricia, no quiero enamorarme repetía, mientras empezaba a
extrañarte aún teniéndote cerca, a unos metros de mi, al final de todo éramos
sólo amigos por mutuo acuerdo.